miércoles, 9 de noviembre de 2016

La mandarina del año: The Donald

Trump es conocido como The Donald, un apodo que le popularizó en una entrevista su esposa Ivana, nacida en la República Checa.85

La madre de Trump, Mary Anne, nació en 1912 en Tong en la isla de Lewis, en la costa de Escocia. En 1930, con 18 años, en unas vacaciones en Nueva York, conoció a Fred Trump y se quedó en esa ciudad.

Trump nació en Queens, New York,86 y tiene cuatro hermanos: Fred, Jr. (fallecido), Robert S. Trump, Maryanne y Elizabeth. Su hermana mayor, Maryanne Trump Barry, es jueza federal de una corte de apelaciones.



En 1977 Trump se casó con Ivana Zelníčková, con quien tuvo tres hijos: Donald, Jr. (31 de diciembre de 1977), Ivanka (30 de octubre 1981) y Eric (6 de enero de 1984). El matrimonio se divorció en 1992.

En 1993 se casó con Marla Maples, con quien tuvo una hija, Tiffany (13 de octubre de 1993). Se divorciaron el 8 de junio de 1999. En febrero de 2008 en una entrevista en el programa Nightline, Trump comentó sobre sus ex-esposas: "Sé que competir es muy difícil para ellas [Ivana y Marla] porque amo lo que hago, de veras lo amo."

El 22 de enero de 2005 se casó con Melania Knauss (nacida en Eslovenia), en Palm Beach, en Florida.87 Melania tuvo un hijo llamado Barron William Trump, el quinto de Trump, el 20 de marzo de 2006.88 89

Trump tiene ocho nietos: cinco de su hijo Donald Jr. (Kai Madison,90 Donald John III,91 Tristán Milos,92 Spencer Frederick y Chloe Sophia) y tres de su hija Ivanka (Arabella Rose, Joseph Frederick y Theodore James).93 94 95

Trump es presbiterano.96 En una entrevista en abril de 2011, en el programa 700 Club, dijo, "soy protestante, soy presbiterano. He tenido una buena relación con la Iglesia Cristiana. Creo que la religión es algo maravilloso. Creo que la mía es una maravillosa religión."97 98

Sobre la conversión de su hija Ivanka al judaísmo dijo sentirse orgulloso: "No solo tengo nietos judíos, tengo una hija judía y estoy muy orgulloso por eso".99



Un loco a cargo del manicomio
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Ocurrió lo impensable. Visto desde el resto de planeta tierra, los estadounidenses han sucumbido al suicidio político colectivo.

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Estaban ahí en lo alto de Trump Tower mirando para abajo, contemplando tirarse. Oyeron a los que les rogaban que no lo hicieran pero no les hicieron caso. La locura se impuso a la razón. Se dio el salto al vacío. El delirio se ha hecho realidad.

Trump en el ala oeste de la Casa Blanca será, en el mejor de los casos, un Cantinflas interpretando el papel de Calígula en una versión moderna del declive y caída del imperio. En el peor, representa una amenaza para la estabilidad mundial.

Antes incluso del resultado electoral, ante la mera posibilidad de que el bufonesco magnate neoyorquino pudiese ganar las elecciones, el resto del mundo miraba Estados Unidos con una mezcla de risa y pavor.

Una historia en The New York Times del lunes contaba que el régimen iraní había roto con su tradición de censura y permitido transmitir en directo en la televisión estatal los debates entre Trump y Hillary Clinton durante la campaña electoral. El Gran Satanás, calculaba, se ridiculizaba solo.

A la misma conclusión habrán llegado hoy los políticos y demás habitantes de la mayoría de los países del mundo. Pero pocos ahora se van a reír. En Estados Unidos buena parte de la nación llorará: entre ellos muchos de los que tienen un nivel educativo más alto de la media, de los que saben distinguir entre los hechos y las mentiras, de los que se interesan por lo que ocurre fuera de sus fronteras, sin excluir a varios altos mandos del partido republicano que Trump en teoría representa. El desconsuelo será tremendo; la división dentro del país, abismal; la herida social que se ha abierto, imposible de cicatrizar a corto plazo.

La victoria de Trump es, entre otros horrores, una victoria para la supremacía blanca. Se sentirán incómodos o vulnerables en su país los negros, los hispanos y los musulmanes.

Los analfabetos políticos que votaron a Trump han caído en lo que la historia juzgará como un acto de criminal irresponsabilidad hacia su propio país y, aunque pocos de ellos lo entenderán, hacia el mundo entero. Que una nación tan próspera con una democracia tan antigua haya cometido semejante disparate pone en cuestión como nunca la noción sagrada en Occidente de que la democracia representativa es el modelo de gobierno a seguir para la humanidad.

Con la victoria de Trump nos encontramos de repente sin brújula en tierra desconocida. El electorado estadounidense ha preferido un narcisista ignorante, vulgar, racista y descontrolado como presidente a una mujer seria, inteligente y capaz como Clinton. Ha puesto a un loco a cargo del manicomio: lo cual daría risa si uno no se parara a pensar que el manicomio en cuestión es la potencia nuclear número uno del mundo.


https://es.wikipedia.org/wiki/Donald_Trump
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/11/09/actualidad/1478668003_908217.html
http://elpais.com/autor/john_carlin/a

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